La noticia del cierre por el FBI de un sitio web llamado Silk Road, seguido de la detención de su responsable, un tal Ross Ulbricht, ha oscilado entre las páginas de sucesos y las de tecnología. La parte más llamativa de la operación es comprobar cómo la información clasificada y las tecnologías que prometen privacidad, pueden convivir con actividades ilegales como el tráfico de drogas. La empresa de seguridad TrendMicro ha publicado un informe sobre la llamada deepweb, en el que discute el papel jugado por el navegador TOR. Desde junio, tras las filtraciones del caso Snowden, se ha disparado el tráfico de TOR, herramienta cuya principal virtud es el anonimato que ofrece a sus usuarios.
Los analistas de la compañía taiwanesa TrendMicro, reconocidos como especialistas singulares en los nuevos fenómenos de amenazas en Internet acotan así a qué se refieren: «la expresión deepweb denota una clase de contenido en Internet que, por diferentes razones técnicas, no es indexada por los motores de búsqueda. Entre las diferentes estrategias para eludir los buscadores, la más eficiente para los propósitos maliciosos es la que se conoce como darknets, que garantizan un acceso a la Web que no puede ser rastreado y, por tanto, garantiza el anonimato». TOR (The Onion Router) es el método más conocido, registra dominios al margen del ente ICANN y da cobijo tanto a malware como a botnets.
Como SilkRoad, funcionan otros mercados clandestinos, a los que de inmediato se han mudado las transacciones clandestinas que operaban en aquél. Según el FBI, «[el sitio clausurado] era el mercado más sofisticado y extenso creado con fines criminales en Internet […] las transacciones eran tan fáciles como las de un sitio de comercio electrónico». Con la diferencia, como se verá, de que la moneda de referencia era el bitcoin, aspecto que abre una de las ramificaciones polémicas del caso.
Dice el informe de TrendMicro que el código de una tarjeta de crédito se puede comprar en estos mercados clandestinos por un precio de entre 10 y 150 dólares; por un poco más se consiguen las credenciales de una cuenta de PayPal y por unos cientos de dólares es posible alquilar los servicios de un hacker. Por eso apunta que es cada vez más importante rastrear las actividades de la deepweb para prevenir las amenazas. El anonimato lo complica, pero aun así hay pistas que ayudan a investigar. Y donde no llega la técnica forense, entran en juego los agentes encubiertos.
Es lo que ha ocurrido en este caso. El principal cargo contra Silk Road es el de haber servido como vehículo para el comercio de drogas, armas y otros negocios turbios, entre los que no falta la compraventa de malware y de datos robados. Agentes del FBI se infiltraron en la red de Ulbricht y sobre la base de sus informes se afirma que ha facilitado transacciones por valor de 1.200 millones de dólares, por las que ha cobrado comisiones de unos 80 millones. Pero no es un (presunto) delincuente al uso: en su perfil en LinkedIn consta que después de graduarse en Físicas en 2010, se interesó en la creación de «una simulación económica destinada a dar a la gente una experiencia de primera mano de cómo podría vivir en un mundo en el que no existiera la coerción sistémica de las instituciones y los gobiernos».
Aparentemente, Ulbricht se identifica con las ideas de Ludwig von Mises, economista austríaco (1881-1973) que es el santo patrón de la ideología libertaria en Estados Unidos. El Instituto Mises, del que dice ser adherente, se ha desmarcado inmediatamente de sus actividades.
Los movimientos de dinero de Silk Road se enmascaraban bajo la forma de transacciones en bitcoins, una criptocmoneda creada en 2009 como representación digital del dinero, securizada por protocolos matemáticos. Este aspecto de la operación ha suscitado polémicas en defensa o en contra del bitcoin. Si se escucha a los epígonos libertarios del senador Ron Paul – que en su campaña electoral recaudó aportaciones de multimillonarios del Silicon Valley – esta moneda virtual sería un embrión del legítimo interés de erigir «un sistema monetario al margen de los dictados de Washington». Si se escucha a ciertos frikis tecnológicos, la naturaleza descentralizada de los bitcoins es un modo de resistencia contra la censura. La acusación del FBI pasa de tales alegatos, y se centra en demostrar ante la justicia que Silk Road y su gestor no era otra cosa que una red de tráficos delictivos.
Como cada vez que surgen historias turbias relacionadas con bitcoin, su valor ha caído en las últimas semanas en la bolsa privada donde cotiza – pese a que no puede ser blanqueada mediante el cambio legal por billetes de dólar – pero la circunstancia ha iluminado otro aspecto: no es una «moneda» tan privada como suponen sus defensores, puesto que, para dar la apariencia de mercado, las transacciones son públicas y la identidad puede ser rastreada, como ha ocurrido con la que abrió el FBI como cebo, y desde entonces ha sido saturada de micropagos acompañados de mensajes amenazantes.
Tras la detención de Ulbricht, el «valor» de un bitcoin cayó un 20%, y esto se debería a que se sustentaba en otro valor mucho más real, el de las drogas que se vendían en Silk Road. Otra cosa es que esta capacidad para variar su valor de cambio proporcione fiabilidad, pues justamente lo que explica la teoría monetaria clásica es que lo que se espera de una moneda es que tienda a la estabilidad; los especuladores, en cambio, prefieren los sobresaltos con los que ganan dinero.
[informe de Pablo García-Bejerano]